Zamora siempre es pre y nunca post. Menos en Semana Santa, que quienes nos quedamos vemos como se va vaciando. La vuelta a una rara rutina llena de flashes en la cabeza y de rincones que volverán al olvido hasta que de nuevo las imprentas marquen su medieval nombre. Un caminar de nuevo hacia la Zamora nueva, Zamora comercial. Rutina que deja menos ojeras que la semana grande.
Es raro vivir esta semana que va tocando a su fin. Atrás quedan familiares y amigos que vuelven a ganarse el pan para volver cuando los rayos del sol tengan más fuerza. En el salón o en el armario esperan las tulipas y hachones a ser limpiados y guardados hasta el año que viene. Las fotos circulan por toda la ciudad, con calma, como queriendo detener al máximo la sensación de que todo se ha acabado. Todavía, hoy, siguen apareciendo abrazos sinceros de quienes aguantaron hasta las 6 de la mañana en la fila esperando que tocara El Merlú. Y cuando te asomas a la ventana ves invierno de nuevo. Ves una ciudad dormida, ciudad del alma, sí, pero ciudad dormida. Ciudad que descansa del fragor con el que ha vivido las últimas semanas, en los últimos meses.
Es dificil encontrarse a alguien más allá de la Plaza Mayor y es posible volver a oír lo que el Duero quiere decirte, subido en un mirador. Las cabezas gachas levantan la mirada al pasar por las Tres Cruces y escuchan Thalberg mientras los coches se convierten en pequeñas cruces al hombro. Y allí, al fondo, andando como sólo saben hacerlo las madres que han perdido a un hijo, viene ella. Y cuando quieren volver a bajar la cabeza ya han pasado varias horas de trabajo. De esos días duros que se hacen con el piloto encendido, con la mente todavía en standby.
Y los que todavía tenemos clavados los clavos que Nuestra Madre de las Angustias guarda en su mano; nos aferramos al sillón esperando que, una vez más, en la tele de aquí suene el Nazareno de San Frontis para verle cruzar ese puente de piedra. Para que su madre siga teniendo la Esperanza de acompañarle un año más. Para que acompañe al resto de madres que cruzan el puente esperando volver a ver a sus hijos.
Por eso, Zamora ahora es postsemana santa. Apagándose poco a poco. Dejando ecos de carracas y bombardinos, tacto de estameñas y terciopelos y olor de garrapiñadas. Todo mientras en la noche me levanto porque oigo que la madrugada se desgarra con el sonido de una corneta destemplada.