Hace ya algún tiempo que te fuiste. No quiero pensar ni recordar si sólo han pasado unos días, unos meses o unos años. Pienso que recordar ese día tan sólo trae dolor, prefiero recordarte con los demás recuerdos que tengo de tí, aunque no sean muchos. Recuerdo que la espera de los días previos se hizo insoportable, los días eran largos pero esperanzadores, cada día que pasaba era un día más. Uno es soñador y incluso en las peores situaciones se levanta y cree en la utopía. Esta vez, como otras muchas tu no pudiste, luchaste hasta el final contra esa epidemia que llaman cancer, tu y los tuyos estuvimos empujando hasta que la enfermedad en un último sprint nos arrebató lo más valioso: tu vida.
Desde que te fuiste siempre quedó en todo el mundo ese poso de amargura por no haber aprovechado el tiempo junto a tí. Tu partida dejó ese vacio que dejan siempre las grandes personas, ese vacío que aunque pasen los años sigue sin encontrar quien lo llene. Te marchaste además cuando más falta hacías, una Semana Santa, esos días en que los sentimientos están a flor de piel, cuando ahí, debajo, dónde siempre estuviste, el dolor pesaba más que la madera. Recuerdo aquella trágica mañana, cuando nadie quiso pasar desapercibido: tu imagen, tu paso, tu cristo, tu vida... cómo la mía, ese día quería sentirse protagonista, quería decirle a los miles de zamoranos que ese día recogían sus almas a la madrugada, que hoy no estabas tú.
Recuerdo ese día porque fue uno de los últimos coletazos de esperanza, de esa esperanza tuya, que quisiste ese día tirar la toalla por la puerta grande. Yéndote como se fueron los mitos. Cómo tan solo un guerrillero como tú podía irse. No te dejaron, pero yo se que aquella mañana tu estabas allí, empujando nuestro corazón que no podía disfrutar de un acontecimiento que se espera durante todo el año.
Y así, sin hacer ruido, como siempre te gustó, te fuiste. A los pocos días. Y jugando con mis esperanzas, esas que casi siempre 24 horas antes aumentan, por esa extraña mejoría. Te fuiste mientras zamora todavía intentaba levantarse del final de su semana y de la pérdida de otro que decían grande. De esos grandes, que no dudo que lo fuera, que son conocidos, que llegando a todo el mundo sus obras aumentan de valor. Tú si que eras grande, como dijo tu padre cuando te llevábamos, como todos vimos cuando una vez más, la madera nos hundía los pies en el suelo. Te fuiste, pero cada Viernes Santo estás ahí. En el museo. A las 4 30. Como acostumbrabas. Con tu humor de siempre. Con tus ganas de compartir con tus hermanos una mañana. Pero ahora sin voz. No hace falta. Algún día nos volveremos a ver amigo. Ese día podrás contarme todas las historías que el tiempo te robó. Habrá tiempo, compañero, amigo, hermano.
Desde que te fuiste siempre quedó en todo el mundo ese poso de amargura por no haber aprovechado el tiempo junto a tí. Tu partida dejó ese vacio que dejan siempre las grandes personas, ese vacío que aunque pasen los años sigue sin encontrar quien lo llene. Te marchaste además cuando más falta hacías, una Semana Santa, esos días en que los sentimientos están a flor de piel, cuando ahí, debajo, dónde siempre estuviste, el dolor pesaba más que la madera. Recuerdo aquella trágica mañana, cuando nadie quiso pasar desapercibido: tu imagen, tu paso, tu cristo, tu vida... cómo la mía, ese día quería sentirse protagonista, quería decirle a los miles de zamoranos que ese día recogían sus almas a la madrugada, que hoy no estabas tú.
Recuerdo ese día porque fue uno de los últimos coletazos de esperanza, de esa esperanza tuya, que quisiste ese día tirar la toalla por la puerta grande. Yéndote como se fueron los mitos. Cómo tan solo un guerrillero como tú podía irse. No te dejaron, pero yo se que aquella mañana tu estabas allí, empujando nuestro corazón que no podía disfrutar de un acontecimiento que se espera durante todo el año.
Y así, sin hacer ruido, como siempre te gustó, te fuiste. A los pocos días. Y jugando con mis esperanzas, esas que casi siempre 24 horas antes aumentan, por esa extraña mejoría. Te fuiste mientras zamora todavía intentaba levantarse del final de su semana y de la pérdida de otro que decían grande. De esos grandes, que no dudo que lo fuera, que son conocidos, que llegando a todo el mundo sus obras aumentan de valor. Tú si que eras grande, como dijo tu padre cuando te llevábamos, como todos vimos cuando una vez más, la madera nos hundía los pies en el suelo. Te fuiste, pero cada Viernes Santo estás ahí. En el museo. A las 4 30. Como acostumbrabas. Con tu humor de siempre. Con tus ganas de compartir con tus hermanos una mañana. Pero ahora sin voz. No hace falta. Algún día nos volveremos a ver amigo. Ese día podrás contarme todas las historías que el tiempo te robó. Habrá tiempo, compañero, amigo, hermano.