Eran las tres de la mañana. O las cuatro, la verdad es que no lo recuerdo del todo bien. Acababa de presenciar una discusión de pareja, de esas que ocurren los sábados. Son esas peleas que acaban con lágrimas que se olvidan al amanecer. Yo estaba apurando los últimos tragos del quinto güiski doble de la noche. La noche estaba tranquila, pese al ruido que oía en todos los bares. Distintos tipos de música se mezclaban en la calle. Pedí otra copa. Volví a mirar el reloj y no veía claramente que es lo que marcaban las agujas. Me dió igual. el camarero me sirvió la copa y yo me dirigí a la entrada del bar, del antro. Estaba asqueado de ese lugar, pero seguía yendo. No recuerdo muy bien que es lo que pasó desde que me levanté de ese taburete maloliente hasta que esta mañana me he levantado con olor a colonia barata. Quizás pueda imaginármelo. Acabé borracho como una cuba caminando hacia casa. O alomejor llegué a la cama de una señora por tán sólo 75 euros. La resaca me impide pensar más. Me levanto de la cama y me mojo la cara. Tienes un aspecto lamentable. Me quito la chaqueta que anoche no acerté a guardar cuando llegué. Ya no recuerdo cuál fue el motivo que me invitó a beber. Alomejor sólo era una noche más.
