De verdad que no la conozco, le dije mientras pensaba que echarían en la tele. Se dio cuenta de que todo se acababa, de que habíamos dejado de sonar a rocanrol. Siguió hablando pero yo ya no podía escucharle. Necesitaba unas caladas para poder poner la mente en blanco. Cerrar los ojos y salir de la ciudad. Mascar tabaco en medio de un desierto de Sayago.
Cuando acabó de hablar puso la misma mirada incriminatoria de siempre. La de no se a que juegas. Yo hice la misma mueca. No tengo otra. Y de verdad que no la conocía, si es que seguíamos hablando de ello. Pero es posible que no haga falta conocerla para saber lo que piensa.
Y se fue sin decir adios. O lo dijo y no me enteré. Tendré que subtitular algún día la secuencia. Y a ella tendré que conocerla.
Y en mi corazón, no busques nunca una razón
sólo se vivir siempre fuera de control.