Los vencejos son unos pájaros apasionantes. Pueden hacer cosas que nunca imaginarías, pero eso no es lo que más me impresiona. A mi me sorprende la facilidad que tiene una historia de cautivar a un niño, a dos, a casi 100. Cuando yo ni había nacido, mi familia vivía en el pueblo. Era un pueblo con vida todavía, con 500 personas aproximadamente y algo de comercio, el necesario para mantener vivo un pueblo que se basa de la autoproducción. El verano, según me cuentan era aún más fascinante; venían desde otros puntos de España, incluso algunos de Francia, familias enteras que pasaban sus vacaciones en la tierra que los vió nacer.
En verano el pueblo era un ebullidero de gente, de niños, de vida. Al caer la noche, los niños disfrutaban de algo de bula para acostarse tarde mientras estaban al cargo de los abuelos; los padres, madrugaban para la siega. Había, en ese tiempo, dos poyos al lado de la casa de mis abuelos. El tiempo nos los ha arrebatado porque fueron perdiendo vigencia. En esos poyos se sentaban familias enteras a pasar las primeras horas de la noche al fresco. Se reunian más de 40 personas dónde en la actualidad es dificil reunir 10. Y había una persona especial en esas reuniones: El Tío Jozelillo que contaba todos los años la misma historia en la misma época. Era una historia con los vencejos de protagonistas, que antes eran mucho más sorprendentes. Cuando se acababa la siega El Tío Jozelillo marchaba a Bilbao a buscarse las castañas y siempre la noche antes contaba lo mismo a todos los niños:
Mañana por la mañana me voy con los vencejos. Y todos los niños querían ir con él. El les decía vale, mañana nos vamos todos. decidle a vuestras madres que os preparen un buen chorizo, una muda limpia y mañana bien pronto nos vamos, que los vencejos madrugan mucho. Mi hija que es muy negra, irá la primera así los vencejos nos dejan ir con ellos. Y todos los niños año trás año se iban pronto a la cama y preparaban una muda y un chorizo para la mañana siguiente. Entre esos niños esaban mi madre, mis tías, mi primo, mis vecinos... año trás año ilusionados con los vencejos. A la mañana siguiente cuando se levantaban los niños la puerta de El Tío Jozelillo estaba cerrada. Y en el cielo no se veía ni rastro de los vencejos. Una noche más se habían quedado dormidos.
Esta tradición se mantuvo intacta hasta mis tiempos, aunque ya no hubiera poyo, El Tío Jozelillo ya no estuviera para volar y los niños no fueramos más de tres. Pero incluso 30 años más tarde, todos los niños nos seguimos ilusionando cada año con volar con los vencejos.
Ayer no hubo siega en mi pueblo. Tampoco hacía buena noche para estar sentados a la luz de las estrellas. Ni siquiera esta noche se han ido los vencejos. Pero El Tío Jozelillo ha decidido marcharse a volar por fín con los vencejos. Se ha llevado esta historia tan bonita, porque sin él carece de todo sentido. Y las generaciones venideras verán un vencejo y pensarán en lo maravilloso que es que duerman mientras vuelan. Sin embargo nunca conocerán lo más maravilloso de los vencejos.