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» Kronania: El lapiz de mi abuelo

Surreal life

30 de noviembre de 2008

El lapiz de mi abuelo

Tengo un lapiz desde pequeño. Un lapiz gordo, de carpintero. Un lápiz que me regaló mi abuelo. Lo utilizaba para hacer cachibaches en el pueblo. Mi abuela siempre se lo recrimina. Pero, ahora ¿que andas haciendo?. Ponte los otros pantalones para hacer eso. Todo el día incordiando. En el fondo mi abuela sólo está preocupada por si le pasa algo. La carpintería es poco agradecida. Mi abuelo no puede parar quieto, por eso tiene un lápiz de carpintero. Por eso tiene una huerta enorme que cuida día a día. Un día hizo una mesa para poder cenar en verano en el corral. El corral ya no es un corral, pero los nombres siempre se mantienen, por si algún día quieren volar los recuerdos.

Mi abuelo antes era policía. Ahora lo sigue siendo pero retirado del cuerpo. Huele las cosas a distancia y se las calla, para no estropear la operación. Pero él no era un municipal. Tampoco era policía nacional. No, él era Policia Mundial. Viajaba con su vespa a cualquier lugar del mundo dónde hiciera falta su presencia. Era mi ídolo. Todos soñaban con ser un BackStreetBoy o un Iván Zamorano pero yo sólo quería aprender todo lo que sabía mi abuelo.

Cuando era pequeño me daba miedo dormir en el pueblo. Todas las noches de los sábados marchaba con mis padres de vuelta a la ciudad. Echado en los asientos de atras, viendo las estrellas. El Málaga volaba para recorrer los 23 kilómetros. Una noche me tocó quedarme a dormir allí. Mis padres viajaban y no me podían llevar. Yo contaba las horas que quedaban con miedo. Y entonces mi abuelo construyó una canasta para jugar al baloncesto. Jugamos hasta que se hizo de noche. Se me olvidó el miedo. A la mañana siguiente le ayudé en la huerta. Le ayudé en todo lo que hizo. Quería aprender. Y entonces me regalo el lapiz. Me dijo con esto aprenderás a hacer todo lo que yo se.

Con el tiempo aprendí que el lapiz no hacía nada por si mismo. La edad fue desmotrando que los superheroes no existen. Los demás niños dejaban de ilusionarse con sus abuelos, porque no eran perfectos. El mio era humano y eso le hacía más fuerte. Y aunque ya no tenía el lapiz seguía arreglandome la bici, preocupándose cuando yo llegaba tarde y manchando los pantalones del domingo. Cada verano, cuando necesito cortar el ritmo durante una hora. Cuando subo al punto más alto de mi pueblo a respirar en la sombra pienso en el lapiz y lo que me ha cambiado. En la lección que me dio mi abuelo sin haber ido nunca al colegio.

Ya no construimos canastas y no se preocupa por la hora de llegada. O si, pero lo disimula. Y seguimos viendo al Madrid y el Tour. Y cada vez le prestamos menos atención, porque lo que queremos es volver a tener fuerzas para pasarnos toda la mañana en el huerto, con el lapiz, construyendo sueños.

 

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