Todo es más complejo que aliarse con un bando. Aquí nadie ha contado toda la verdad y lo que se sabe es para matar al cartero. A mi no me enseñaron a disparar un AK-42, por eso prefiero coger piedras, porque llevar un pañuelo no es sólo cuestión de moda.
Todos los domingos me levantaba con una resaca terrible. No era yo quien hablaba, el alcohol lo hacía por mi. Perdona. Se acabó convirtiendo en una rutina. Mira tío, me la sopla lo que te dije ayer. Sólo quiero divertirme, vete a darle la chapa a otro. Un día nos partieron la cara. A mi y a otro. No se como se llamaba pero bebía más que yo. Se trincaba una botella de ron cada noche y se metía en una pelea cada fin de semana. Tú me miras con una sonrisa que deja entrever que siempre te gustó que fuera un perdido. Tus ojos se aburren. Quieren que hable de tí. De que vuelvo a latir y a pensar. De que vivo. Te gusta ver escrito que por tí colgué la chaqueta de cuero y me puse un jersey de rombos. Y que dejé el ducados rubio. Esas cosas. A mi me gusta contártelo porque veo la ilusión de un niño en tus ojos. Porque siento temblar tus manos. Y tu ves temblar mi voz. Vale, mi vida es la de Big Fish. Lo se, pero ¿acaso no es real? ¿Puede alguien decirnos que lo que contamos no ha existido? ¿Podemos tu y yo recordarlo? Y mientras la música suena alrededor. Y esto no es ninguna película, aunque hay drogas y alcohol. Está la chica guapa y estoy yo. Y de pronto, se escucha la canción. Y por un instante todo alrededor da igual. Sabemos de lo que hablamos. Y esto sigue sin ser una película y por eso no se quemó la película pero si mi retina. Y mi hígado no soportó otra patada. Y yo tuve que decirte no hablo yo, lo haces tu por mí.
Quizás los chicos de vallecas no estuvieran tan desencaminados al decir que la vida de un obrero es un vals. Un vals triste, duro, lleno de piedras, que agota. Que agota y termina contigo mucho antes de que se acabe el juego, pero siempre después de que dejes de ser un obrero. O mejor dicho, de que dejes la construcción, porque el obrero lo es siempre. Y ahora, en una cama de hospital, el obrero sigue superando piedras sin la petaca y sin la sal. Sin el tabaco y sin el frío de diciembre. A veces sin la vista, sin el oido o postrados casi todo el día en una cama. Quizás todo sea rabia, por lo fácil que es ponerse hoy la etiqueta de obrero, con un Mercedes, con un movil y un chalet.
Estoy acostumbrado a vivir con el caos. Debo. Existen dos leyes que se repelen y que siempre aparecen. Ley de Murphy y Ley de Mario Crespo. La gente no me cree cuando las cuento. Sin embargo llevo varias semanas envuelto en la Ley de Mario Crespo. La ilusión mueve montañas, dicen. También dicen que los suicidas son las personas más optimistas del mundo. Yo lo creo. Como Larra. Como tantos. Y sólo escribo esto por miedo (y no hay suicidios de por medio). Y el miedo es libre. Y la soledad siempre espera a la vuelta de la esquina. Como las putas. Y a mi, ni una ni las otras, me molestan.
Y ahora me imagino que hablo con alguien. No se, con Vero, con Robus, con Jaio o con María. O con quien fuera. Y me dice que estoy loco por llevar siempre una máscara de carnaval. Pero es que yo, como el drogas, siempre te tengo a tí de disfraz. Quizás mañana sea un día triste, pero si lo pensara, ¿por que seguiría aquí?