Quizás los chicos de vallecas no estuvieran tan desencaminados al decir que la vida de un obrero es un vals. Un vals triste, duro, lleno de piedras, que agota. Que agota y termina contigo mucho antes de que se acabe el juego, pero siempre después de que dejes de ser un obrero. O mejor dicho, de que dejes la construcción, porque el obrero lo es siempre. Y ahora, en una cama de hospital, el obrero sigue superando piedras sin la petaca y sin la sal. Sin el tabaco y sin el frío de diciembre. A veces sin la vista, sin el oido o postrados casi todo el día en una cama.
Quizás todo sea rabia, por lo fácil que es ponerse hoy la etiqueta de obrero, con un Mercedes, con un movil y un chalet.