
No he leído el libro de David González, pero esta semana mi profesora de ética me dijo que, en Gran Torino, Clint Eastwood tiene que tomar una decisión en la que siempre sale perdiendo. Y eso me parece raro en el cine, porque eso sólo pasa en la realidad. Y mientras me hablaban de Clint, yo pensaba en otros.
Y pensaba en lo puta que es la vida cuando estás en medio de un fuego cruzado y hagas lo que hagas pierdes. Sobre todo si no haces nada. Y te lo echarán en cara sólo porque tú lo sabías. Y si un juego de tres es complicado, un juego de cuatro debe ser maléfico. Y quedarse en medio, parado, mirando, pensando que lo único que queda es tiempo que se esfuma antes de que todo cambie. Y un cambio siempre es a distinto. A peor, o a mejor. Pero un cambio acaba con todo lo anterior. lo arrasa, lo aniquila. Aniquila amistades. Y todo por estar en medio de un juego de tres.
Y pensaba que es dificil que la cabeza y el corazón se pongan de acuerdo. Y que es más jodido que se pongan de acuerdo dos veces. Seguidas. Como siguen los silencios a los puntos finales. Pensar que ya es bastante dificil que te toque la lotería como para encima querer jugar a la bonoloto. Pero en un reino de perdedores, de losers, perder significa seguir. Ganar no significa nada.
Y creía que quitarse de en medio es perder un poquito el alma. Que cuando eres honesto y buena persona, quieres además de serlo, parecerlo. O si no es parecerlo es demostrarlo. Y, yo siempre he creído que no hacía falta y que yo no era nadie para prohibirle a la gente que siguiera luchando. Pero él. Él. Él si lo creía. Él creyó anoche que era mejor ser frio y distante. Y yo creí que también debía serlo por respeto. Y noté cómo los dos moríamos a la vez y como los dos acabábamos en el mismo lugar a distinta hora. Y un sólo hospedaje para dos personas puede ser más importante de lo que muchas personas algún día llegarán a descubrir.
Y pensaba, de nuevo, que contra el estigma loser no se puede luchar. Y que hiciera lo que hiciera, sabía que ya había perdido. Por eso me reía y lloraba a la vez. Y no era de alegría. Y la noche parecía oscura. Y todas las noches parecían oscuras. Los caminos se separan y el mío acaba día tras día en el mismo sitio. Cómo en el día de la marmota. Nunca acaba. Y lo peor de todo es eso. Que te quiero, coño.