Me he tomado la licencia de pensar que es lo que eres para mí. He pensado que los años pasan y ya necesitamos, al menos, juntar una de nuestras manos para contarlos. Sería estúpido si pensara que los 411 kilómetros que nos separan no nos hacen daño. Sería estúpido si pensara que hemos dejado de vernos por aburrimiento, que nos cansamos de nosotros mismos.
Se todo esto porque los veranos ahora son distintos, como lo fueron antes. Cómo lo fueron siempre menos cuando hicimos un paréntesis entre nuestros odios y nuestras obligaciones. Cuando los veranos duraban los doce meses del año y sus 365 noches correspondientes. Cuando éramos jóvenes y jugábamos a ser mayores.
De todo esto creo que me di cuenta una noche de verano. Si, creo que sentarse en La Mayada una noche de luna llena sirve para echar de menos a los que faltan. Las noches de luna llena sirven para soñar y para pensar. Sirven para acordarse de tí. Para pensar que en mi vida has sido una estrella. Una estrella como la que guiaba a los reyes en su camino cada navidad. Una estrella distinta a las demás. Una estrella de las que brillan por encima del resto. De esas que incluso en las noches de luna llena se ven cuando estas sentado en lo alto de La Mayada. De esas que puedes mirar incluso si estás dentro de la contaminación lumínica de Madrid.
Lo que pasa cuando ves una estrella como esas es que no puedes dejar de mirarlas. Son enigmáticas a la par que preciosas. Atraen la mirada del más curioso y hacen que corras hasta quedar sin aliento para contarle al resto sus maravillas. Cuando ves una estrella que luce más que ninguna no puedes mirar al resto de estrellas de la galaxia. Nada es igual desde ese momento.
Y mientras miraba estrellas y me acordaba en la lejanía de una persona importante que se encontraba inmersa en esos malditos exámenes que hacen que Agosto ya no sea verano pero si un infierno entre las paredes de la biblioteca, pensé que tú sólo podías ser una estrella en mi cielo que me guía y me lleva por la vida, no se si buena o mala, y que ahora sólo brilla un poco más lejos pero con la misma fuerza de siempre.
Y cómo ya no es verano, ni las estrellas se ven en el cielo por la niebla del Duero o del Tormes, sólo me queda pensar que si alguna vez quiero viajar a tierras de meigas y fábulas habrá quien me guie en mi camino. Felicidades