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Surreal life

8 de abril de 2010

La bodega.

Las palabras volaban por el aire de una vieja bodega como vuelan las ideas que no quieren llegar a ser oídas. De un lado a otro, haciendo círculos concéntricos, sin separarse nunca del todo pero siempre hacia arriba. Y las horas pasan y parece que todo se va, pero sigue, y de vez en cuando vuelve para no querer marcharse, pero con menos fuerzas y las mismas lágrimas, en círculos concéntricos.

Mis padres pintan de nuevo la habitación y a mi no me convence para nada ese color. Gris. Como Santa Clara señal de una vida desvencijada. Y en Zamora las cosas nunca pasan ni se quedan, ni siquiera se cuentan o se ven. Zamora se mantiene en una nube lejos de la civilización y los recuerdos son dagas que duelen más cuando las ves acercarse que cuando se clavan.

Es absurdo utilizar palabras porque el juego tiene unas reglas que todos nos hemos saltado para llegar mucho antes a casa y sin embargo a todos nos han pillado. Y el mundo se llena de silencios en una vieja bodega que antaño llevó sueños y como los llevó, los dejó allí aparcados a la espera de que alguien los volviera a ver y siguiera teniendo la ilusión de un niño que salta de baldosa roja en baldosa roja, de la mano de sus padres, camino de la plaza mayor, escuchando música de acordeón y quejándose porque los zapatos le hacen daño, y el reloj de la comunión, y no le gusta ir repeinado ni con ese absurdo traje de los domingos.

Y la calle cada año es más corta y más gris y menos soleada porque las ideas, los sueños, las esperanzas van formando una nube y se cruzan las miradas conocidas por los años y no se inmutan ni se saludan y se odian por dentro y por fuera pero no en esa calle, gris, desvencijada, como la ciudad, como los sueños, como esa bodega que verán mis hijos.

En la bodega todos sabemos quién es quién y que se le puede decir. Todos confiamos en todos pero sabemos que no todos podemos decirlo todo. A veces los ricos son los menos inteligentes pero los más avispados. Si pudieran poner un cartelito a la entrada diría aquí se forjaron muchos proyectos pero todos estos fracasaron. Curioso, tenemos el estigma de remarcar lo que fracasa en un lugar en el que habría que apremiar lo que triunfa. Se lo dije a un amigo: la vida la gana el que menos yerra y no el que más acierta. Por eso dejé de celebrar los triunfos y empecé a analizar los fallos. Fue por eso por lo que no pude estar allí, el primero, para dar la cara, pero estaba intentado a aprender a partírmela. En mi curriculum no vienen todavía ninguna victoria pero intento evitar que se me gaste la tinta al escribir las derrotas.

Es una bodega vieja, y la gente tuerce el gesto al oír la palabra "vieja" y yo le encuentro un gusto especial porque he visto la belleza en más sitios. Me encuentro como en casa y eso no siempre es bueno, porque no siempre me encuentro bien en casa, cuando vuelan ideas, palabras y sueños pero reina el silencio. El mismo silencio que se debe de oir cuando, después de una batalla, ni siquiera los buitres se atreven a bajar al campo porque guardan respeto y silencio. Siempre silencio.
 

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