Los últimos 20 metros al lado de Bolt, sin respirar en 10 segundos, sin mirar atrás, sólo cerrando los ojos para que pasen los metros, para que se acerquen los sonidos que ahora se descomponen y son irreconocibles, para ver el flash lo suficientemente cerca.
El último kilómetro en la rueda de Contador retorciendose mientras no se abre el público, el aliento de Armstrong en tu nuca y las voces de miles de camisetas naranjas, el desarrollo más duro posible y las fuerzas mas justas que nunca, el premio de llegar al hotel y volver a sentir las piernas en un asfalto blando que parece que va a derretirse.
La última vuelta con sus 17 curvas cerrando todos los huecos mientras Rossi viene enfurecido quemando goma y sonriendo porque sabe que te va a adelantar aunque tuvieras una Ducati con sus caballos bramando o rugiendo y salieras del Sacacorchos derrapandole en la cara al mismísimo Mike Doohan.
Girar sobre tu tobillo para tapar el tiro de Messi en el minuto 93 con más de ocho kilómetros recorridos y los gemelos cargados, ver como el tiro sale rozando tu pierna y rezar para que el ángel salvador de la portería pueda salvar tu fallo, hacer la portería más pequeña, doblar las articulaciones más allá de lo que pueden para intentar rozar, lo justo, el último balón del partido; y correr, correr hasta que los pulmones oigan un pitido angelical.
El último salto más allá de los seis metros mientras Jordan viene volando sin motor hacia tu mano y el balón y tus piernas no saltan más alto, y el balón quiere despegarse de tus manos antes de que ese monstruo se acerque y el reloj con números rojos avanza tan rápido que nunca sabes si va a cambiarse a un rojo explosivo o simplemente apagarse.
Apretar y apretar para intentar ver algo más que el alerón trasero de Schumacher, salirse de la aspiración, pisar el acelerador hasta que toque el asfalto del circuito, intentar aguantar el cuello recto mientras la torcida vocea más que nunca y la bandera a cuadros dictamina el jaque mate.
Esforzarse en la última etapa aunque tus compañeros te hayan abandonado y te sientas sólo entre un montón de buitres. El objetivo no es el maillot amarillo, ni el campeonato, ni siquiera el subcampeonato. El objetivo es llegar sonriendo y abarazarles a ellos que te llevaban el cola - cao a las primeras etapas en aquellos lejanos párvulos del Corazón de María.