Había cosas de ella que nunca cambiaban, para otros eran inapreciables pero eran pura monotonia en la soledad de las horas que transcurrian lenta y tristemente, ese cruce de piernas, esas sonrisas cuando la mirabas, esas palabras de ánimo en los malos momentos...
¿Se ha ido? ¿sigue de otra forma? Sigue siendo el mismo veneno que me va matando por dentro, que me congela por momentos y que me hace acompañarla a un hostal en las noches de sábado.
Allí en el hostal, el sábado, también estaba ella, sentada, con el cigarrillo o de pie en el balcón.
Yo sumergido en mi corazón.
P.D: Una canción sobre mi corazón: a veces de piedra que no siente; a veces de mimbre que se dobla, se dobla hasta que finalmente se rompe.
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