Pasaba por delante de la calle del Postigo, una calle estrecha, oscura, con tan sólo una farola...Una de esas calles por las que reflexionar en una noche dónde el frio templa el calor que produce el alcohol.
Echaba de menos el poder pararme en un banco de la Catedral a pensar, echaba de menos dejar a un lado mi monótona vida. Esa vida que día a día marca el transcurrir de todos los Zamoranos. La mia consistia en levantarse con un humor de perros para caminar entre gente a la que detestaba y odiaba y abrir un apestoso cuartucho en Santa Clara dónde cada varios meses se acercaba alguna mujer de ejecutivo con sospechas de infidelidad; un ¿trabajo? bastante aburrido y mal pagado que me ayudaba malvivir entre la alcoholemia y el consumo desmesurado de telebasura. La vida de un detective privado.
Y aquella fria noche dónde la petaca estaba vacía y la televisión esperandome decidí, sin saberlo, que mi vida dejaría de ser monótona. Aquella noche disfrutaba de los últimos momentos de tranquilidad en mucho tiempo. ¡Quien me iba a decir que se podía echar de menos la monotononía!
Esto es el inicio de la novela que estoy escribiendo. Una novela que nació de la imaginación de dos jóvenes soñadores y que espero que la desidia me permita acabarla algún día. Y como no, Rodrigo merece mención especial, pues parte de la culpa es suya. Gracias
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