Porque yo lo celebro hoy. Y nos vamos a comer las estrellas entre vasos de whisky. Entre garrafas de alcohol de 90 grados. Vamos a tener un idilio como el de Navarro y la canasta. Siempre en el filo.
Pensé que es lo que harían el resto en mi lugar. De pie en el centro de una plaza. De noche y frente al Duero. Sin un cigarro que llevarme a la boca ni otro producto disolvente de la mente. Porque había llegado el día de mirarle a los ojos y decirle hasta siempre. Hay que mascar la derrota antes de que se produzca. En la muralla ya no quedan piedras para agarrarse y las lágrimas caen directamente al Duero. Las lágrimas de Vellido traicionado por su pueblo. Las de Arias Gonzalo viendo morir a sus hijos. me siento igual de sólo que ellos, en medio de la nada. Luchando por lo que creían que debían hacer y viendo como perdían. Sabiendo que perdían antes de empezar. Hay días negros y meses grises como la chaqueta de mi abuelo. Chaqueta de lluvia, de viento, de frío. Chaqueta que no se puede usar los 14 de febrero. Porque los 14 de febrero no se canta el Si pudiera de Los Suaves. Porque los 14 de febrero empiezan el día 13. Perdón, yo no quería molestar. Sólo quería matar a Sancho pero entiendo que ahora me tenga que ir de la ciudad. Como Boabdil dejando Granada yo también estoy llorando. Y todo empezó en medio de una plaza con graffitis de enamorados. Y yo pensé en Portugal y en el Duero. En que siempre hay algo en medio. Y la noche acabó como empezó la tarde: lloviendo y soñando con que la noche no te llevara a otro lado. Soñando con que la fortuna esta vez estuviera de nuestro lado.
Encendí el reproductor de música y escuché una canción que me pasaron ayer. Chasing Cars de Snow Patrol. No se que dice porque no me he parado a pensar en ella, pero me hizo sentirme diferente. Como tranquilo por dentro y con la mente en blanco. Así que he aprovechado para pasear y escucharla una y otra vez. Quizás sea la banda sonora del cigarrito que me voy a fumar mientras paro el motor para no griparlo.
Hay pocos deportes más nobles que el ciclismo. El balón y la bicicleta. Lo siento pero perdí la fé por el fútbol. Todavía pienso que quedan utópicos en este mundo. Hay quienes consiguen darle una capa de brillo a un mundo podrido.
Tiene cojones decir que está podrido el fútbol y defender el ciclismo. Si piensas que estoy loco no entiendes nada de esto y es que no estoy hablando de deporte (aunque lo haga).
Decía que no hay deporte más noble y lo mantengo. NO soy alistano, pero casi, y conozco la sierra. Conozco a chavales subiendo con el famoso "1-1". ya aprenderán algún día lo del plato grande y piñón pequeño. Incluso alguno estudiará mecánica. Aún así el "1-1" seguirá siendo ese rompepiernas de golpes de riñón y bocanadas de aire caliente. En el Angliuru o en la cuesta de un pueblo.
Yo tuve una bici casi antes que un triciclo. Tuve dos ruedas gastadas y dos ruedines a estrenar. Tuve las rodillas peladas y llenas de Betadine. Y fuí consiguiendo año a año arañarle unos metros a las rampas más temibles. Un hito escalar la Mayada ante la atenta mirada de mi padre. Fui autodidacta y me tuve que separar de algunos amigos que no veían la belleza de la lluvia de Febrero.
Y bajo el frío de diciembre o el sol de Agosto, recorriendo comarcales, conocí a otros tan enamorados de ésto que nunca pudieron formar parte de un equipo. Sin darnos cuenta salimos un día a la carretera con el mismo maillot. El de carreras. Sin un nombre. Sólo un color. Verde, verde esperanza. Y nos apuntamos en el Trofeo Iberdrola. Por demostrarle a otra gente que las rampas no nos daban miedo. Sólo los pinchazos y las caídas, porque no tenemos detrás un equipo que nos supla. Hubo problemas, caídas, pinchazos y frustraciones. Una carrera era más dura de lo que pensábamos. Si, era tan bonito vernos sufrir. Vernos en la cola del pelotón pero con un público entregado. Yo, no era más que un pobre chaval distraído. Que iba a disfrutar, a pasar el rato.
No sé muy bien cómo llegamos a este punto, así que ha habido una elipsis en el tiempo. Sólo sé que de pronto empezaron carreras serias. Unos abandonaros. Unos pocos seguimos. Las carreteras estaban pavimentadas e incluso teníamos un coche de asistencia. Si, las rampas eran igual de duras y en cuanto se acercaba la meta el ritmo era tan endiablado que sólo veía a gente pasar hacia delante. Ahí me di cuenta de que yo era un aguador. De que el jefe de filas, si ganaba era por la obra de todos. De que todos los papeles son importantes. Y no es que estuviera feliz con mi papel, es que era el que me dibujaba. Nací aguador, gregario y eso es lo que sé hacer.
Y legó el día de correr una clásica: San Sebastián. Bettini, Valverde, Freire, Contador... y Mario Crespo. El líder cogía bidones, el sprinter atacaba en la montaña y los gregarios nos manteníamos siempre cerca, sin saber hacer mucho más que proteger. Y por eso cuando subiendo Urkiola, los Crespo, como los Schelck, atacan y hacen sufrir a los grandes y tú ves como las piernas se marcan y el agua se acaba; en ese momento la belleza, la instantánea es inolvidable.
Por eso, simplemente por eso, cuando hoy a Mario, la joven promesa del ciclismo, lo fichan por un buen equipo. No es Euskaltel ni Quick Step. Es Xacobeo Galicia. Un equipo dónde explotar y seguir hacia arriba. Para llegar al Tour. Para ganar el Tour. Cuando le llaman y él pide que te fichen, aunque sea para hacer los primeros 400 metros de Los Lagos. Sólo se puede sentir satisfacción y ganas de mejorar. De luchar y de dar una alegría a la afición.
Hoy, o dentro de unos días, podré, como en el anuncio de TVE, levantarme en el sprint y decirle: Por ti abuelo. Por esas mañanas en la vieja estación de autobuses entre caídas. Porque lo hemos logrado.
En un camino siempre hay un porqué, un motivo. Algo que te empuja a salir a la carretera. Siempre ha habido un porqué, como el que te obligaba a sentarte en la última fila. A mirar por la ventana y dibujar en la mesa. Mi colegio estaba al lado de un cárcel. Desde el patio veo furgones pasar. Ellos ven autobuses llegar. Vallas y guardias. Ven la cárcel de la vida. Yo entendía qye ellos tenían un porqué en ese viaje.
Más tarde aprendí a saltar la valla y ver la ventana desde fuera. A mirarme en su reflejo. En la otra cárcel tambien intentaban escaparse. Nunca pudieron auqnue salieran de sus muros. Todos esperábamos en la carretera. Una recta larguísima que llega hasta el horizonte. Atrás un recorrido conocido. Siempre quise caminar hacia delante pero me quedaba parado por el reflejo de la ventana.
Un día, años más tarde, me volví a parar. Y aquí sigo, porque todo Camino tiene un porqué. Como la película. Y yo no sé el mio. Ya lo escribí ayer en un hoja de papel. Porque me fijo en el paisaje y me paso todos los cruces; y a veces creo que me falta gasolina. Y si, ahora voy a encender un cigarrito y pensar en todo lo que ha pasado.
Cada semana se pasa esperando a ese instante. Veinticinco segundos. 23 horas y 59 minutos de un día esperando. Y aun así sobra la mitad de otro minuto. A veces no se si me paso la semana esperando esos 25 segundos o rememorando los anteriores. Es tirar la vida. Tirar esos días intrascendentes. Los que van entre fiesta y fiesta. O entre acontecimientos importantes. Esas semanas que le sobran al verano. Esas caricias que faltan en tu espalda.
veinticinco segundos milimetricamente pensados. Hasta la extenuación. Es dificil salirse del guión en una obra corta. No hay margen de maniobra. Pero el factor sorpresa de tus ojos cambia el guión. Tu sonrisa me roba la mitad del tiempo y paso a ser un actor secundario. Tengo menos de la mitad de tiempo que Nicolas Cage para robar un coche. Pero el sólo tenía a Angelina Jolie.
Y ahora pienso en los últimos 25 segundos. Y pienso que alomejor sólo fueron 20 pero todo se paró. Y voy a volver a tirar otra semana y seguir en este bucle que sólo acabará cuando se rompa la cuerda por un extremo.
Sabía que estaba entre la pared y ella. Que si, podía ser como el filo de una espada. Y mi cabeza sin embargo sólo pensaba en escapar de los muros de la ciudad. Poder acelerar sin pensar cuando vendría el próximo semáforo. Sólo curvas y ruido de ruedas al girar. Unas gafas de sol, melena y barba de dos o tres días. Y en el cassette una banda ochentera. Si, soñaba, como casi siempre, porque me estaba quedando sin aire en Zamora. Necesitaba volar lejos sin drogas de por medio. Y ella se acercaba a mi yugular y , a ratos, quería cortarme con su filo. Y veía en mis propios ojos otra imagen, otra espada. Y seguía saliendo el mismo coche y una canción de Los Suaves. Si pudiera... cantaba Yosi y yo miraba al asiento del copiloto vacío mientras cerraba los ojos. Que contradicción, cerrar los ojos para ver.
Cogí la guitarra y empecé a intentar sacarle notas. Sin modelo, sin pensar. Aprovechar el buen rollo que da una guitarra. Quería que me salieran ritmos fáciles pero animados, como a Los Delinqüentes. Empiezan a salir notas, acordes. En mi imaginación aparecen principos de canciones. Por un momento vuela, se paran mis manos. Me imagino un local de ensayos. Los colegas y algunos amigos viéndonos tocar. O un día relajado en un piso de estudiantes. Y coger la guitarra y volar. Y volar y toser.
Cuando pasan los minutos desisto porque sólo se tocar una canción que aprendí hace 4 años. Como con la flauta en clase sólo supe tocar Thalberg. Y nunca le puse interés a ninguna otra cosa. Y es que la guitarra es un estado de ánimo. Y a mi me frustra no poder sacar lo que llevo dentro. Que lo que está en mi cabeza no se traspase a mis dedos. Como tantas otras veces que mis dedos no nos obedecieron.
Y así sentado frente a la estación de tren. la vieja estación de tren deberían llamarla. Miro a la luna y te veo a tí. Y paso frío, aunque estuvieramos en verano. Y la luna es un puta porque no le gusta Standby. Y a veces llora y me moja el pelo y la guitarra. Y las cuerdas mojadas desgarran o chirrían. Es un sonido desagradable que alimenta el corazón de la luna. El mio necesita droga. Y amor, claro que necesita amor, pero a mi los camellos todavía me fían. Aunque tenga que ser amor de mala calidad a buen precio. Y al irme dejo la funda mojada. Tirada. Como la luna, que es muy puta pero todas las noches me quedo con ella.
Me prometí cambiar. Me prometí dejar de ver cine frances. Quise dejar de emborracharme con vino barato. Me prometí tantas cosas que sabía que no acabaría Enero sin incumplirlas. Y vuelvo al punto de inicio si alguna vez lo abandoné. Y a veces creo que no puedo luchar contra mí. O creo que no pienso. No se. Pero me di cuenta de muchas de las cosas que me llevaban meses diciendo. Y a la vez olvidé el porqué. Creo que nuncá me dije a mi mismo que debía dejar de llorar. Y sin embargo eso fue lo único que cumplí. Aunque lleve horas con las lágrimas en las puntas de mi vida. Las mismas horas que llevo vagabundeando por la ciudad. Mentalmente al menos.
Porque he sido capaz de sentarme cuatro horas bajo la lluvia mirando a un horizonte que se aclaraba. Y pensaba que era una paradoja con mi horizonte. Y pensaba y ese era el problema. Y sigo pensando en la cantidad de horas que hemos tirado pensando. Y finjo una sonrisa que no siento desde hace 24 horas. Actuando como un payaso loco por el vértigo agotador. Y finjo un papel. Un último papel. Como Hugh Ledger.
Y aquí estoy. Ahogando mis penas en una cerveza barata, porque ya he dicho que quiero quitar el vino de mi vida. Y no lo quito, y sin embargo siento que pierdo lo que quiero tener en el horizonte. Ese horizonte que anoche aclaraba, bajo la lluvia. Y que esta noche está negro y llueve. Creedme, llueve.